Ayer tuve un día cansino, así que seguramente mis reflexiones de hoy serán más romas que las de costumbre, por lo que ruego disculpas anticipadas. En todo caso van a versar sobre un asunto que me es muy querido, y lo digo sin segundas ni terceras derivadas. Me es muy querido porque siempre me gustó el Derecho. Como en algún sitio escribí, llegué a enamorarme de él, claro que eso sucedió antes de conocer a mi mujer. Después le dejé un sitio en lo de los enamoramientos, pero ya con sustancia de diversa textura.
Por eso quise a Kelsen, porque diferenció entre producción normativa, interpretación científica y aplicación del derecho en sede judicial. ¿Os dais cuenta de que en esta tercera fase escribo derecho con minúsculas?. Es deliberado. ¿Por qué?. Porque Kelsen decía que de eso, de la fase aplicativa del derecho en los órganos judiciales, prefería no hablar ya que cualquier consideración científica, pretendidamente científica para ser más precisos, chocaba con la elocuencia de acientificidad evidenciada en los hechos de cada día. Y al día de hoy, dejando a un costado el estudio de las fases de producción de normas y de interpretación científica, tengo un caudal nada despreciable de experiencias vividas (“la verdad es una experiencia”) que me permiten acreditar, sin que me tiemble un segundo mi intelecto aunque sí una brizna mi ánimo, que Kelsen tenía razón. Toda la razón.