“Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.” (San Mateo XXV, 35-36)
¿Podemos asentir todos? ¿No, verdad? Al contrario, casi ninguno… Pues, casi todos (los de “afuera”) hemos pecado de la omisión del socorro cristiano para los desvalidos marginados de nuestra sociedad. Entre ellos, los presos (los de “adentro”).
La tarde de la firma del libro Memorias de un preso; recién llegado de Alicante, Yo estaba tratando de aparcar por el madrileño barrio de Serrano (zona de cobro ‘46’ para Gallardón o el príncipe de las multas) buscando una mercería o algo así, para que Jantipa se pudiera comprar unos panties y arreglar una inoportuna megacarrera de última hora. Yo harto de dar tumbos con el coche, la dejé a su suerte y me fui en dirección al hotel donde en una hora se iba a proceder a la presentación pública del libro de nuestro anfitrión. Traspasé el umbral del Intercontinental a las 19:00 Hs., y después de atildarme en el baño me dirigí presto y veloz al lobby-bar donde me encontré con varias compañeras del blog. Pues bien, en eso que estoy refrescando el gaznate cuando me asalta mi amigo Victoriano. Sí, ése que te pone de vuelta y media, y que después rubrica sus soflamas materialistas contra ti con un “je, je” de despedida. Le acompañaba su pareja Antonia y un tercer individuo al que estreché mi mano. Bueno pues, a ese tercer pasajero va dedicado principalmente este artículo.