Salimos de la escuela satisfechos. Preferimos llegar a la comunidad salesiana andando y así despejarnos tras las actuaciones de la mañana. Hacer el payaso sesión a sesión para más de dos mil quinientos niños de la etnia Oromo era realmente duro. En la misión nos esperaría todo el grupo para comer algo acompañado de engera, una especie de pan de sabor ácido elaborado con granos de teff, duro al paladar que no esté acostumbrado al mismo. Hacía calor en la ciudad de Zway pero el entusiasmo de los primeros días y el impacto con el país nos hacía estar aún algo frescos. Etiopía nos había impactado por muchas cosas, pero sobre todo, por la candidez de sus niños, por sus miradas profundas, por sus lamentos disimulados y respetuosos. Había en sus miradas una lucidez inusual.
A la salida, nos quitamos la nariz y el traje de payasos y abrimos nuestros rostros reales a los niños. Aún así, nos reconocieron al salir y se acercaron con prisa para abrazarnos y saludarnos, primero con timidez y luego con expresiva alegría. Nos cogieron de las manos y estrecharon fuertemente un lazo invisible que no deseaba abandonar nuestro paseo. Empezamos a cantar mientras paseábamos por las calles desnudas de asfalto, polvorientas y secas, plagadas de pobreza extrema. Nada importaba. El canto, el sonido de la Alegría era profundamente más potente que toda miseria. Los niños se abalanzaban unos contra otros, incluso aquellos que separados de la educación y el abrigo de la comida podían disfrutar del festín alegre. Había algo que nos parecía imposible. Esa manifestación de amor, de sinceridad, de cercanía era inverosímil en Occidente. La calle bullía de una extraña mezcolanza. Algo diferente en nosotros se estaba creando. ¿Hasta qué punto fuimos conscientes? Los mayores nos saludaban y veían como sus hijos danzaban entre nosotros con una luz radiante mientras guiaban nuestros pasos por ese laberinto de casas. Nos sentimos protegidos por esa lucidez y quisimos que las calles no acabaran nunca. La alquimia del contacto humano, franco y cercano, estaba bullendo en nosotros.